La Verdadera Alegría

El gozo del Señor es vuestra fuerza (Nehemías 8:10).

Antes mis manos estaban siempre intentando; Intentando ardientemente hacer el mejor;
Ahora mi corazón está dulcemente confiante, Y mi alma está completamente en reposo.
Antes mi cerebro estaba siempre planeando, Y mi corazón oprimido por los atenciones;
Ahora yo confío en el Señor para guiarme, Y mi vida está toda en reposo. Antes mi vida
estaba llena de ansiedad Ahora está plena de alegría y placer; desde que tomé sobre mí
su yugo, Jesus me da su reposo. (A. B. Simpson)

La experiencia de la alegría de Dios exige nuestra obediencia. No hay como disfrutar el
goce que solo el Señor puede nos ofrecer si no estamos colocados en Su presencia.
Junto a Él, delante de Su altar, adorándolo y sirviéndolo, tendremos la plena convicción
del que nada en este mundo podrá ofuscar la bendición de la dicha que Él nos proporciona.

Si vamos al trono de Dios apenas como visitantes sporádicos, si solo recordamos de él
cuando las cosas van e mal la peor, si solo lo buscamos para resolver nuestros problemas
y nos dar mucho dinero y prosperidad, podremos asta conseguir aquello que buscamos,
pero no xperimentaremos la verdadera felicidad de ser un hijo obediente y fiel.

La alegría de ganar un buen dinero, de conseguir lo empleo nhelado, de recibir aplausos
por una buena victoria, podrá er pasajera y hasta engañadora. La alegría que viene del
trono de Dios, que nos reviste y nos hace cantar bajo empestades y crisis, que nos hace
enxergar el brillo del l mismo cuando la noche aún está oscura, es la única que nos
satisface y permanece para siempre.

¿Qué tipo de alegría estamos buscando? ¿A que nos hace onreír por una hora o un día?
¿A de las fiestas que nos hcen llegar a casa por la mañana? ¿A que nos hace olvidar los
momentos malos por un momento? ¿O la que nos hace rnacer, nos transforma el corazón
y nos muestra el camino mravilloso de la vida eterna con Dios?

Las alegrías de lo antes y de lo después del encuentro con Jeus son bien diferentes.