San Juan sabe a coco de agua, Humacao a corazón, Ponce a níspero y quenepa Mayagüez sabe a mangó.
Mayagüez es la criolla que de campo se vistió, criolla que suelta y abre sandungueando en el verdor su larga cola de cañas, desde Yauco hasta Rincón, y tiene sobre los montes, a la querencia del sol, su humedecida melena de cafetales en flor.
Mayagüez es la criolla que de campo se vistió.
Cuando en las horas de siesta la acaramela el calor y en la hamaca se desnuda, Mayagüez sabe a mangó.
Mayagüez tiene los ojos más negros que he visto yo, los ojos en Puerto Rico que ven acostarse el sol.
Con la sal de Cabo Rojo los requetesala Dios, La piña blanca de Lajas guiña en ellos su dulzor. Con café de Maricao el diablo los desveló, ojos galgos que le ladran al lucero del amor. Cuando nos muerde la carne Mayagüez sabe a mangó.
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En la calle Méndez Vigo y en la Plaza de Colón en el muchacho que corre y en el errante pregón, en el mendigo que pide una limosna por Dios, en la guagua que va lenta y el auto que va veloz en la hembra de paso fino y el mozo pasitrotón, en la escuela, en el teatro y en la acera y el balcón en las mil voces que parlan como en una sola voz, en los mil ojos que miran en la urbana procesión y en las mil bocas que ríen, Mayagüez sabe a mangó.
Esta noche a media noche Mayagüez me convidó. Mayagüez cuando convida pega fuego al caracol. Mayagüez sirve en su mesa alma, vida y corazón.
¡Por diez! juro que en la espuma de su blanca ondulación y en los riscos de sus senos en salsa multicolor de la carne de sus labios, Mayagüez sabe a mangó.
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